Un rincón sin reglas pero con todas las ganas.
Este lugar es como ese amigo que siempre tiene la mesa lista, la copa llena y la charla encendida. Acá no hay etiquetas ni poses: venís como sos, pedís lo que querés, y comés como si te lo hubiera hecho tu tía favorita, pero con un toque de chef.
El menú es amplio y bien porteño, pero se banca reinterpretaciones. ¿Querés una milanesa con papas? Te la hacen. ¿Tenés antojo de fideos con tuco a las 10 de la noche? También. Acá no te juzgan, te sirven.
La atención es de esas que te dan ganas de volver: buena onda, cero apuro y siempre con alguna recomendación piola bajo la manga. El mozo te trata como si fueras habitué desde la primera vez.