Un bodegón que no le tiene miedo al pasado ni al presente.
Entrás a El Inmigrante y te sentís parte de una historia que se sigue escribiendo en cada plato. Es un homenaje viviente a todas esas recetas que cruzaron el charco, se adaptaron, se reinventaron y hoy te hacen lagrimear de gusto.
Acá hay tradición, pero con identidad propia. Las pastas son un poema, las salsas tienen carácter, y la milanesa… bueno, la milanesa es directamente patrimonio cultural. Todo servido con una estética que mezcla azulejos, manteles con onda y una barra que invita a quedarse de sobremesa.
Y la carta tiene lo justo y necesario, sin vueltas, sin pretensión, pero con mucho amor al detalle.